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Iglesia La Recolección. Foto turismoenlinea.com. |
Soy taxista y siempre he escuchado historias en las que
otras personas que se dedican a esta profesión tienen encuentros cercanos con
fantasmas por lo que siempre he dicho que no hay que creer ni dejar de creer.
Hace un par de años tuve una experiencia rara, sinceramente
no sé si aluciné por un momento o sí
realmente pasó. Sin embargo, no es algo que me quite el sueño pero que
si me pone a pensar de vez en cuando.
Eran poco más de las 15 horas de un 2 de noviembre y rondaba
por la zona 1 capitalina en busca de una “carrera”, me enfilé por la 3a.
avenida y en la esquina de la Iglesia La Recolección, una señora mayor me hizo
señas.
Frené de a poco y cuando quedé frente a la mujer me preguntó
cuánto le cobraba por llevarla a la iglesia de La Parroquia en la zona 6.
“Le cobro Q20 por llevarla”, contesté, sin regatear ni
decirme nada más abordó el automóvil. La mujer tendría más de 65 años, iba
completamente de negro y tenía unos anteojos muy antiguos.
“Y cómo le ha ido esté día, no es muy silencio”, dijo la
mujer a mitad del camino, algo que me asustó un poco pues no había dicho nada desde que se subió. “No
muy bien, después de las fiestas todos se quedan dormidos”, le dije en son de
broma.
Desde ese momento la anciana entabló una plática conmigo, la
cual fue completamente normal, me comentó que había salido de su casa para
recordar a sus familiares, algo que en ese momento me pareció cuerdo tomando en
cuenta que ese día se celebraba el Día de los Muertos.
Al llegar a la Parroquia, la mujer se bajó del carro, caminó
hasta la ventanilla, al darme un billete de Q20 me dijo “espéreme unos 20 o 25
minutos, regreso y le digo a donde me lleva después”, al terminar sus palabras
sacó de su bolso un billete de Q100 y con un todo suave me aseguró “para que
mire que es cierto”.
“No se preocupe, yo la espero”, respondí al tomar el
billete. La espera de 25 minutos se prolongó a una hora, ya casi eran las 16:30
horas y mi paciencia se agotaba. Tomé la decisión de bajar del auto y entrar a
la iglesia para preguntarle a la señora si esperaba más tiempo, no la encontré.
Frustrado y con un poco de cargo de conciencia, por los
Q100, tomé la decisión de irme de ahí a seguir con mis rondas. El resto de la
tarde noche transcurrió sin ningún sobresalto, pero al llegar a mi casa sucedió
lo raro.
Pensé en invitar a mi esposa e hijo en algo distinto para
cenar por los Q100 excedentes que la señora de la tarde me había dejado, sin
embargo, el dinero no estaba. Puedo asegurar que coloqué los Q120 en la uno de
los compartimientos de la billetera.
Sin embargo, lo único que encontré fueron los Q20 del pago.
Los Q100 que la señora me dio para esperarla nunca aparecieron, busqué dentro
del auto, en los bolsillos de mi ropa y en todos lados, desaparecieron.
Puedo asegurar que era casi imposible que perdiera el
dinero, pues después de acomodar los dos billetes no volví a usar la billetera
esa tarde. Tuve dos clientes quienes me pagaron exacto y no tuve necesidad de
darles cambio, ese dinero estaba en la bolsa de mi pantalón.
Aún me queda la duda sobre esa experiencia, quizás
interactué con alguien que no era humano, quizás no, pero como dije al
principio no hay que creer ni dejar de creer.